Sajalín publica este libro de Ota Pavel, una de mis personas favoritas, y he hecho la ilustración de portada.
Pavel, antes que escritor "literario", fue cronista deportivo. Sus reportajes sobre famosos deportistas checos le habían dado cierta notoriedad. Según parece, los artículos eran tan buenos y sentidos que cuando los propios deportistas los leían rompían a llorar. En Innsbruck, adonde lo habían mandado a que cubriera las Olimpiadas de invierno, enloqueció. Se cuenta que lo que detonó el brote fue lo siguiente.
Toda la República Checa estaba convencida de que en aquellas Olimpiadas de 1964 su brillante selección de hockey se llevaría el oro. Pero no lo hizo: perdieron en semifinales contra Suecia, y luego tuvieron que disputarse el tercer lugar con Rusia. Aunque ganaron a los rusos, al terminar el partido cundía el desánimo entre los jugadores checos. Como es habitual, varios periodistas se habían colado en el vestuario a la caza de declaraciones de los jugadores, y entre ellos Pavel. Este, viendo a uno de los deportistas especialmente compungido, se le acercó y, con la intención de consolarlo, le dijo que se animara, que al fin y al cabo habían ganado el bronce. El jugador le respondió algo así como "ojalá te hubieran gaseado, judío".
Pavel ya no volvió a ejercer el periodismo, pero a cambio se dedicó a escribir sus recuerdos más felices y legó, a quien quisiera leerlos, libros tan bonitos como Carpas para la Wehrmacht, y Cómo llegué a conocer a los peces, en cuyo precioso epílogo (que podéis leer aquí traducido por Patricia Gonzalo de Jesús) explicó en cuatro palabras las circunstancias de su llegada a la literatura.